Dos semanas después del golpe del poderoso huracán Otis, la ciudad de Acapulco (sur), una de las perlas turísticas de México, intenta recuperar la normalidad entre escombros, gente buscando a desaparecidos y sus comercios y bares costeros reabriendo a cuentagotas.
Algunos bañistas toman el sol en la playa de Manzanillo, cerca de unas viviendas residenciales con las ventanas destruidas por los vientos de 270 km/h que barrieron este puerto del estado de Guerrero, al sur de México, la madrugada del 25 de octubre.
Desde la tradicional bahía del balneario hasta la moderna Punta Diamante hay construcciones devastadas por la fuerza de Otis, como la residencia Marena, de 27 pisos y construida en 2009, cuyos departamentos con vista al mar valían previamente más de un millón de dólares.
Al pie de la estructura edilicia, en medio de láminas de acero retorcidas, se apilan colchones y cojines que fueron arrojados a la playa desde apartamentos arrasados. Varios sectores continúan sin electricidad.
En la bahía, entre yates y embarcaciones destruidas, una decena de buzos militares sigue buscando cuerpos de desaparecidos, que se estiman en 32 además de las 48 personas fallecidas, según las últimas cifras oficiales.
– Alzar la voz –
Frente al mar se reúnen los familiares de cuatro tripulantes del barco «Litos», desaparecido en medio de las violentas ráfagas.
«A 12 días de que desapareció el barco aún no sabemos nada. El gobierno creo que está ocultando la verdad», denuncia Saúl Parra con la foto de su hermano Fernando impresa en un cartel.
«Es momento de alzar la voz. Se está pasando el tiempo. Si tenemos una posibilidad de encontrarlos con vida, se nos está escapando de las manos», añade.
Además de la pérdida de vidas, los daños materiales son mayúsculos. Tras ser saqueados por pobladores, la mayor parte de los comercios siguen destruidos, cerrados y sin actividad.
En la avenida principal de Acapulco, la costera Miguel Alemán, decenas de personas hacen fila para recibir un plato de arroz con carne.
«Al día hacemos alrededor de 4.000 comidas», explica Brian Chávez, de 22 años e integrante de la ONG internacional World Central Kitchen, dedicada a abastecer de alimentos tras desastres naturales. En otro punto, militares reparten papel higiénico.
A unos metros, una taquería reabrió sus puertas y la carne se cocina lentamente mientras resuena la música tropical.
El lunes, un supermercado reabrió sus puertas pero sólo permite el paso de una decena de clientes bajo la atenta vigilancia de efectivos del Ejército.
«Estoy muy contenta de poder conseguir productos de primera necesidad», dice Yameli, que llegó acompañada de sus dos hijas para comprar tomate, legumbres, jamón y fruta, aunque lamenta no haber encontrado pan y atún.
En cambio, las escuelas de la ciudad permanecen cerradas.
– Temor a epidemias y robos –
Lejos del paseo marítimo, en el barrio Progreso, los contenedores de basura se desbordan en medio del calor húmedo de Acapulco.
«Ya apesta. Ya urge que se recoja y que se muevan más las autoridades», reclama Laura Salvide, temerosa de que se desate una epidemia. Se queja además de que no tiene agua en casa.
A pesar de que la Comisión Federal de Electricidad ha trabajado desde el primer día, una parte de Acapulco sigue sumida en la oscuridad al caer la noche, como la calle Campeche, donde los vecinos bloquean el paso con maderas, hierros y láminas de metal o aluminio.
«Lo hacemos por nuestra seguridad», explica Alfredo Villalobos, quien se declara indefenso ante posibles incursiones de ladrones.
La mañana del lunes, al otro lado de la calle, fue localizado un cuerpo decapitado, constató un fotógrafo de la AFP. Se presume que pudo ser un ajuste de cuentas entre bandas criminales que asolan a la región desde hace años.
De regreso en la costera, aún sin alumbrado público, el bar La Costeña hace sonar música en la noche. Las luces iluminan los escombros amontonados ante la puerta.
La vida nocturna se recupera de a poco. «No hay suministros. Estamos contando con el menú súper reducido», dice Andrés Boleo, del restaurante Brasolia. Asegura que tiene que ir a conseguir los alimentos a cientos de kilómetros.
Pese a todas las dificultades, está seguro de una cosa: «Acapulco siempre será Acapulco».
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