En sus tierras ancestrales del estado mexicano de Michoacán, los indígenas purépecha encienden el fuego que marca el comienzo de un nuevo año, en una celebración que conjuga misticismo y fiesta, pero también la resistencia de este pueblo prehispánico.
La ceremonia del «Fuego Nuevo», que marca el inicio del calendario de la cultura purépecha, se celebra la noche del 1º de febrero tras una marcha de casi 100 kilómetros en que la llama sagrada es trasladada de un pueblo a otro de Michoacán.
Catellana Nambo, una agricultora de 80 años, asegura que no se cansa con el esfuerzo sino que celebra que la tradición se transmita a los más jóvenes de esa comunidad.
«Vamos incluyendo más a jóvenes, a más niños», declara Nambo a la AFP. «Ya los niños hablan bien (…) el purépecha, y nosotros nos sentimos orgullosos de que somos purépechas», agrega.
Durante el ritual, una joven con vestimenta tradicional -falda larga, poncho y sombrero- se arrodilla, cruza los brazos sobre su pecho y alza la cabeza con los ojos cerrados, meditando, envuelta en el humo de los sahumerios y el fuego. Luego, ella y otras participantes acercan sus manos a la llama venerada.
La celebración, que estuvo olvidada por años, fue revivida por la comunidad en 1983 con ayuda de historiadores y antropólogos.
– Conectar con las raíces –
La marcha por las verdes montañas de Michoacán (región centro-oeste), un pujante estado agrícola sacudido por la violencia del crimen organizado, partió este año desde Erongaricuaro y llegó a la localidad de Ocumicho, donde confluyó un colorido torrente de nativos purépechas de otros pueblos del estado.
El añejo ritual combina las tradiciones ancestrales con la alegría de música ejecutada por bandas que tocan trompetas, trombones y tambores.
La melodía contagia incluso a hombres armados y con traje camuflado, que integran un grupo de autodefensa creado por pobladores para enfrentar a la delincuencia.
Con fusiles en mano, resguardan la marcha, pero también saltan a bailar con algunas jóvenes participantes.
«La gente relaciona estas prácticas con cosas antiguas que son obsoletas», afirma Lucía Gutiérrez, una estudiante de partería de 41 años, quien confiesa que desconocía esta tradición, pero hoy la comparte con sus hijos.
«Estamos olvidando lo que es realmente importante, que es la naturaleza y estas celebraciones», añade.
Javier de la Luz, agricultor de 66 años, recuerda que además del colorido, estas festividades recuperan el orgullo de las comunidades y la voluntad de defender la riqueza de la región, fecunda además en recursos forestales.
«De alguna manera esta festividad empodera a las comunidades para que salgan en defensa de sus recursos naturales», destaca De la Luz.
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