De los primeros Juegos Olímpicos en Atenas en 1896 a Tokio-2020, esta es una selección de deportistas que han escrito la leyenda olímpica por sus récords, sus proezas y por sus vidas fuera de lo común.
Jesse Owens, una bofetada a Hitler
El 4 de agosto de 1936 el nuevo Estadio Olímpico de Berlín está lleno de banderas con la cruz gamada. Un atleta negro estadounidense, de 22 años, acaba de ganar el oro en el salto largo con 8,06 metros. Pero sobre todo derrota al ídolo local, el alemán Lutz Long, un blanco alto de ojos azules, reduciendo a la nada la esperanza del régimen nazi de demostrar la superioridad de la raza aria.
Furioso, Hitler abandona el estadio, mientras que Long felicita deportivamente a Owens lanzándose a sus brazos.
En total, el último de los once hijos de unos aparceros de Alabama, nieto de esclavos, logra con gran superioridad otros tres oros (100m, 200m y relevo 4x100m) con varios récords del mundo, convirtiéndose en el héroe de los primeros Juegos televisados.
A su regreso a casa, en unos Estados Unidos aún muy segregacionistas, no fue recibido por el presidente Roosevelt.
Tuvo que esperar a 1975 para ser recibido con honores en la Casa Blanca. «Jesse Owens ha logrado una proeza que ningún hombre de Estado, ningún periodista, ningún general habría podido lograr: forzar a Adolf Hitler a salir del estadio», destacó entonces Gerald Ford.
Tras Berlín, el campeón deja su carrera deportiva y tiene que encadenar pequeños trabajos. Murió en 1980 a los 66 años víctima de un cáncer de pulmón.
Fanny Blankers-Koen, campeona y madre
En 1999 fue elegida la mejor atleta del siglo XX, junto a Carl Lewis en categoría masculina.
Esta neerlandesa (1918-2004) polifacética reconvertida en velocista, hija de un lanzador de disco y peso, es la única atleta en haber ganado cuatro medallas de oro en una sola edición olímpica, en Londres-1948, igualando la gesta de Owens, al que conoció en el estadio de Berlín y del que guardó su autógrafo como un tesoro durante toda su vida.
Blankers-Koen ganó los 100 m, 200 m, 80 m vallas y el relevo 4×100 m. cuando tenía 30 años y siendo madre de dos hijos, lo que le valió el sobrenombre poco afortunado de «ama de casa voladora».
Su regreso a Ámsterdam fue triunfal. «No he hecho más que correr rápido, no veo por qué la gente hace tantas historias», declaró sorprendida mientras se paseaba en un carruaje en medio de la muchedumbre alborozada.
Durante su carrera, batió o igualó doce plusmarcas mundiales en atletismo en siete disciplinas diferentes. Se retiró casi con 40 años y falleció en 2004.
Wilma Rudolph, la perla del ghetto
Con una carrera de superviviente, sigue estando considerada como la mayor influencia de las atletas negras estadounidenses.
«Fue un icono», dijo de ella Ollan Cassell, histórico dirigente del atletismo norteamericano. «Fue para las mujeres lo que fue Jesse para los hombres».
Nacida en 1940 en un gueto de negros en Tennessee, antepenúltima de una hermandad de 22 niños, a los cuatro años contrajo una doble neumonía, la escarlatina y la polio.
«Mis médicos me decían que no podría caminar nunca más. Pero mi madre me aseguraba que lo conseguiría. Creí a mi madre». Gracias a una prótesis, masajes diarios, el amor familiar y una mentalidad de hierro, la joven enferma se convirtió en la mujer más rápida del mundo.
Ganó una primera medalla olímpica en Melbourne en 1956, con un tercer puesto, pero decepcionada por no haber logrado el oro, trabaja duro y cuatro años después, en Roma, hace el triplete 100 m, 200 m y 4×100 m. En el relevo logra la proeza de dar la victoria a su equipo pese a correr con una torcedura de tobillo.
Se convierte en una estrella mundial. Los italianos la llaman ‘La Gacela negra’, los franceses ‘La Perla negra’, los ingleses ‘Tennessee Tornado’.
Otra victoria: de regreso a los Estados Unidos, recibió un homenaje abierto a todos. Una novedad en el país.
Poseedora de varios récords mundiales, se retiró en 1962 cuando estaba en la cima de su carrera. Murió de cáncer en 1994.
Abebe Bikila, el maratoniano descalzo
Predestinado, nació el 7 de agosto de 1932, día en el que se disputó el maratón en los Juegos de Los Angeles.
Este hijo de un pastor etíope, antiguo miembro de la guardia imperial,fue el primer atleta del África negra en ganar un oro olímpico, en 1960. Su llegada al Arco de Constantino de Roma fue todo un símbolo, 25 años después de la invasión parcial de Etiopía por la Italia fascista de Mussolini.
Siempre se entrenó descalzo. En Roma probó varios pares de zapatillas, pero ninguno le convenció, ya que le provocaban ampollas. Corrió sin calzado y ganó con una superioridad insolente pulverizando el récord del mundo.
Convertido en héroe en su país, este peso pluma (1,77m, 57 kg) «capaz de correr desde el amanecer al anochecer» realizó, pese a sufrir poco antes una operación de apendicitis, un doblete histórico en Tokio-1964. Esta vez con unas zapatillas.
Murió en 1973 a los 41 años víctima de una hemorragia cerebral, luego de haber sufrido unos años antes un accidente de tráfico que le dejó en una silla de ruedas. A su funeral asistieron 65.000 personas, entre ellas el emperador Hailé Sélassié.
Bob Beamon, el salto del siglo
México-1968 entró en la historia por el gesto de Tommie Smith y John Carlos, excluidos de por vida de los Juegos tras levantar el puño en el podio de los 200, para denunciar la discriminación que sufrían los afroamericanos en Estados Unidos.
Pero fue otro estadounidense, Bob Beamon, el que realizó la mayor gesta deportiva, pulverizando el récord del mundo del salto largo en 55 cm, con un salto de 8,90 m.
El calificado «salto del siglo» sobrevivió más de medio siglo hasta que fue batido en 1991, pero sigue siendo récord olímpico.
Apodado «la Araña del espacio», el campeón nacido en el Bronx en 1946, dejó pronto la competición para consagrarse a la música. En febrero pasado vendió su medalla de oro, que fue adjudicada en 441.000 dólares…
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