Desde que la niña atlética e inquieta entró al gimnasio Bonifácio Cardoso, en Guarulhos, cerca de Sao Paulo, los ojos expertos de Monica Barroso dos Anjos supieron que estaban frente a un portento.
No hubo duda después de que la vio hacer sus primeras piruetas: había descubierto a una estrella en el recinto deportivo ‘guarulhense’, cuna de otros nombres importantes de la gimnasia artística brasileña.
Rebeca Andrade tenía cinco años y era una juguetona incansable. Y hoy, con 24 primaveras, un oro en Tokio-2020 y dos títulos mundiales en salto, es la mayor figura latinoamericana para los Juegos Olímpicos de París (26 de julio-11 de agosto).
«Recuerdo verla toda musculosa, con sus bracitos y piernitas fuertes. Desde el principio la adoré», dice a la AFP su descubridora Anjos, rebosante de orgullo, en la silenciosa cocina del gimnasio Bonifácio Cardoso.
«Le pedí que hiciera una estrellita y después la puse en la plataforma, para que saltara. Tenía una profesora a mi lado. Le dije: ‘En el gimnasio de Guarulhos cayó la futura Daiane dos Santos'».
Para la época en que Rebeca se iniciaba en la gimnasia, Brasil vivía la resaca del título mundial conquistado por Dos Santos en Anaheim en 2003, el primero para una brasileña en ese deporte.
La exatleta, creadora de dos movimientos que llevan su nombre, ha sido una constante inspiración de Rebeca, apodada luego la «Daianinha de Guarulhos».
– «Miedo de perderla» –
La campeona olímpica aterrizó en 2005 en el pabellón de su ciudad natal gracias a su tía Cida, que trabajaba en la cocina del lugar, sede de un proyecto social y deportivo de la alcaldía de Guarulhos.
La ilusión del descubrimiento chocó pronto con la realidad de la futura figura, nacida en un hogar humilde sostenido en solitario por su madre, Rosa Santos, una empleada doméstica madre de ocho hijos.
Su jornada de estudio coincidía con las clases de Anjos, vivía lejos del gimnasio y no tenía dinero para pagar el transporte.
Pero la escuela a la que asistía le permitió cambiar el horario y su hermano mayor, Emerson, aguardaba a que terminaran los entrenamientos para llevarla de vuelta a casa en largos trayectos a pie o en bicicleta.
«Tenía miedo de perderla, no quería perder esa piedra preciosa que había que tallar aquí», afirma Anjos, de 51 años, que lleva tatuado en su espalda la silueta de un salto de su aprendiz.
Rebeca se quedó. Era obediente y comprometida, pero tremendamente inquieta, recuerda su descubridora, árbitra internacional desde finales de los 1990.
Su rostro ahora decora un colorido mural que rompe con el blanco y azul de las paredes del gimnasio, a la vez que inspira a las miles de niñas y adolescentes formadas en las instalaciones, incluidas las figuras Bruna Perandre y Priscila Cobelo.
«No tenía paciencia para quedarse parada. No se podía poner música porque de inmediato se ponía a bailar e imitar una serie de suelo de las chicas mayores», cuenta su extécnica.
Anjos la preparó hasta mediados de 2006, cuando pasó el testigo a Keli Kitaura y Francisco Porath, conocido como Chico, su actual técnico.
– Inspiración –
Pero fue bajo la batuta del espigado Júnior Fagundes que compitió internacionalmente por primera vez, en los interclubes panamericanos de Cuba en 2009, donde arrasó.
«Todo su componente estaba por encima de la media, las acrobacias, la conciencia corporal, el dominio de las piruetas», explica Fagundes, de 58 años, cerca de una gran pared donde reposan trofeos y fotografías de su antigua pupila.
A su regreso, todavía una niña Rebeca se fue a entrenar durante una temporada con Kitaura y Porath a Curitiba (sur), ciudad de referencia de la gimnasia brasileña. En 2011, se unió junto a Chico al Flamengo de Rio de Janeiro, al que defiende desde entonces.
Durante la adolescencia, cuenta Anjos, tuvo una «fase» en la que amenazó con dejar la gimnasia. El retiro precipitado por poco llega con dos lesiones de rodilla que la obligaron a pasar tres veces por el quirófano entre 2015 y 2019.
Pero su persistencia la mantuvo a flote hasta convertirse en la rival de la leyenda estadounidense Simone Biles. Y en la inspiración de decenas de niñas que llamaron para inscribirse en el gimnasio ‘guarulhense’ al día siguiente de que se bañó en oro en Tokio, y que sueñan con verla triunfar en París.
«Me dan nervios que ella haya entrenado aquí, pero también me inspira, porque quiero tener esa confianza que ella tuvo cuando pisó este gimnasio», dice Estela Leal Camargo, de nueve años y de «profesión, gimnasta».
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