La prodigio estadounidense del atletismo Sydney McLaughlin-Levrone superó sus miedos de toda la vida para convertirse en una leyenda del atletismo, con un nuevo título olímpico y récord del mundo en los 400 metros vallas el jueves en París.
Tres años y cuatro días después de deslumbrar en los Juegos Olímpicos de Tokio también con el oro y el récord olímpico, McLaughlin-Levrone voló por la pista púrpura del Estadio de Francia el día después de su 25 cumpleaños, llevando más allá los limites de su deporte.
La estadounidense mejoró el récord mundial por sexta vez en tres años, llevándolo de 52.16 (de Dalilah Muhammad en 2019) a 50.37, un salto de calidad que parecía imposible. Su último registro era de junio, en los ensayos olímpicos de Estados Unidos (50.65).
De paso, ganó tres títulos olímpicos (400 vallas y relevo 4×400 en 2021) y tres mundiales (400 vallas en 2022, 4×400 en 2019 y 2022).
La gloria en la pista se le prometió desde muy pequeña a esta perla del atletismo, plusmarquista mundial en todas las categorías de edad, cuyos padres fueron atletas, al igual que sus tres hermanos y su hermana.
«Es imposible llamarse McLaughlin y no competir en una pista», escribió en su biografía «Far Beyond Gold», publicada a principios de este año.
– «Como una mariposa»
En el libro, revela haber sido víctima de ataques de ansiedad violentos y crónicos desde su más tierna infancia, que valora haber conseguido controlar en los últimos años gracias a la fe.
En 2016 logró clasificarse a los Juegos de Rio justo antes de cumplir 17 años, convirtiéndose en la estadounidense más joven en ser seleccionada en atletismo desde 1972.
Pero estuvo a punto de no disputar su serie en los clasificatorios, tras sufrir una crisis de ansiedad a escasos minutos de la salida, y calmada con una llamada a su padre.
«No puedo respirar», respondía durante una entrevista televisada, justo después de su clasificación a Rio, donde alcanzó las semifinales.
La angustia se transforma en cuanto pisa la pista, momento en el que la rabia toma el control, transformando su gesto en serio pocos segundos antes del pistoletazo de salida.
«Cada vez que me coloco en la línea, mi cuerpo tiempla de impaciencia, los pensamientos intrusivos y los miedos desaparecen. Solo queda un profundo deseo de victoria».
«El miedo siempre ha sido una carga sobre mi ánimo. No podía esconder nada a mis padres, ni siquiera tonterías insignificantes», escribía en su libro la atleta, que creció en Duellen, ciudad de Nueva Jersey a unos cincuenta kilómetros al sudoeste de Manhattan.
«Cuando pienso en mi infancia, pienso básicamente en las tardes sobre la pista con mi padre, hermanos y hermanas», añade y recuerda que su padre, su primer entrenador, la pedía «correr como una mariposa», en referencia al legendario boxeador Mohamed Ali.
– Depresión –
Después de Rio, su último año en el instituto dentro del equipo de atletismo no fue bien, además de ser molestada por las numerosas peticiones de fotos y autógrafos.
«Ninguna adolescente debería recibir tanta atención», escribió sobre esa experiencia.
Cortejada por las universidades más prestigiosas, eligió en 2017 la de Kentucky para unirse al reputado entrenador Edrick Floréal, quien sería más adelante entrenador de la campeona olímpica de 100 m en París-2024 Julien Alfred.
«Me hizo más dura, mejoró mi técnica, me transformó en una competidora seria, lista para convertirme en profesional».
Pero «mis expectativas respecto a estar en un sitio en el que pudiera prosperar se transformaron pronto en una pesadilla», dice quien fue entonces diagnosticada con depresión, marcada por la dureza del técnico.
McLaughlin se fue después de un año y se hizo profesional en Los Angeles con Joanna Hayes. Entrenada por la campeona olímpica de 100 metros vallas de 2004, McLaughlin-Levrone se hizo con la medalla de plata de 400 m vallas en los Mundiales de 2019, pero salió dolida en su orgullo por la distancia que la separaba de Dalilah Muhammad.
Para la atleta, su técnica no prospera con Hayes, quien la presenta a Bob Kersee sobre las pistas de la Universidad de California.
En 2020, cambia a Hayes por Kersee, un tutor de campeones olímpicos desde hace más de cuarenta años, y pasa a formar parte del grupo de otros deportistas como su ídolo Allyson Felix.
Ese año conoce a través de Instagram a su futuro marido André Levrone Jr, que entonces era jugador de fútbol americano en los Baltimore Ravens y ahora el estudiante a pastor más en forma de Los Angeles.
Con Keerse y la estabilidad que buscaba, McLaughlin-Levrone ha volado hasta la cima del atletismo, como una mariposa.
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