Bala Amarasekaran nunca pensó que administrar su reconocido santuario para chipancés huérfanos en Sierra Leona fuera realmente un trabajo, al cual llegó después de varios giros del destino.
En el Santuario para Chimpancés Tacugama, situado en un parque nacional no muy lejos de la capital, Freetown, acaricia la nariz y las mejillas de un joven simio, susurrando palabras de aliento.
Los chimpancés son más que el trabajo de la vida de Amarasekaran, son su familia. Lucha por ellos desde 1995, los alimenta y resguarda de incontables peligros en el oasis que creó.
«Nunca siento que vengo a trabajar porque los chimpancés son parte de mi vida. Es mi pasión, vengo a ver a mi familia», explica a la AFP.
Amarasekaran resguardó a los chimpancés de los ataques de rebeldes armados durante la guerra civil del país, la deforestación masiva e incluso la pandemia del ébola.
El Santuario de Tacugama se convirtió en el principal destino ecoturístico de Sierra Leona y un modelo de conservación ambiental en África occidental.
Los pequeños simios que visita Amarasekaran son aún tímidos, recién llegados tras vivir experiencias traumáticas, y en espera de ser incluidos en un grupo más grande.
Los huérfanos, parte de una supespecie gravemente amenazada, suelen llegar desnutridos o heridos de bala o machete, a veces después de ser vendidos por cazadores furtivos.
El santuario situado en el Parque Nacional de la Península Occidental, será su hogar para siempre. Allí son rehabilitados antes de ser liberados en las decenas de hectáras de área silvestre protegida, que alberga numerosos primates.
– Por accidente –
Amarasekaran, de 64 años y contador de formación, nunca se imaginó dedicarse a proteger simios. «Todo ocurrió por accidente», relata, quien llegó a Sierra Leona a los 17 años junto a su madre desde Sri Lanka.
En 1988, mientras viajaba por una zona rural con su esposa, Sharmila, la pareja recién casada se sorprendió al descubrir un chimpancé bebé atado a un árbol en una aldea, desnutrido y deshidratado.
«Nos lo llevamos, de lo contrario habría muerto y lo cuidamos como a un niño», detalla. Bruno, como fue llamado, vivió con Amarasekaran durante casi siete años hasta que se construyó el santuario.
La pareja quedó sorprendida por las emociones del simio y descubrió que los chimpancés tenían «el mismo tipo de necesidades de afecto» que los humanos, comenta Amarasekaran.
Esto incluye «celos y amor», y el hecho de que «pueden enojarse sin razón», añade.
La familia creció a medida que los Amarasekaran acogieron hasta siete chimpancés a la vez antes de que se abriera el santuario. A veces se escapaban de la casa, causando daños en las propiedades de los vecinos o robaban pan a los transeúntes.
«Yo era el enemigo públic», relata Amarasekaran, quien encontraba facturas de reparaciones de parte de sus vecinos al regresar a casa.
– Numerosos desafíos –
Tras una reunión decisiva con la reconocida primatóloga Jane Goodall, invitada a Sierra Leona en 1993, Amarasekaran consiguió financiación de la Unión Europea y recibió luz verde de su propio país para abrir el primer santuario de chimpancés rescatados.
Los donantes le pidieron que asumiera el cargo de director, dada su experiencia.
En ese momento pensó dedicar uno o dos años al proyecto, capacitar personal y luego entregar el santuario. Pero terminó pasando ocho horas seguidas en el bosque con los chimpancés, llevándolos a hacer caminatas.
«No me di cuenta de que se convertirían en una parte muy importante de mi vida», relata.
Gracias a Amarasekaran y su campaña de concienciación, el gobierno declaró al chimpancé como «animal nacional de Sierra Leona» en 2019.
A lo largo de los años el santuario afrontó muchos desafíos. Durante la guerra civil, que asoló el país entre 1991 y 2002, fue atacado dos veces por rebeldes y completamente saqueado.
Después de que Amarasekaran negociara con ellos, perdonaron la vida del personal y de los chimpancés, dijo, pero hubo escasez de alimentos.
Luego la epidemia de ébola representó una amenaza existencial tanto para los humanos como para los simios. El centro cerró durante un año y los cuidadores se mudaron dentro del recinto.
El mismo sistema se aplicó durante algunos meses en la epidemia de Covid-19.
– Hasta el «último aliento» –
Hoy en día Amarasekaran y sus equipos están involucrados en la protección ambiental en todo el país. Trabajan con unas cien comunidades para promover medios de vida más sostenibles, incluyendo la construcción de escuelas, la mejora del acceso al agua y la ayuda en agricultura y ganadería.
A cambio los habitantes de las aldeas «tienen que proteger el medio ambiente y a los chimpancés en su bosque», detalla Amarasekaran.
«Funciona bien», afirma. Su objetivo es proteger a los chimpancés en estado salvaje y evitar que necesiten el santuario.
Amarasekaran se mantiene humilde a pesar del colosal trabajo que realizó y de la fama que alcanzó incluso tan lejos como Sri Lanka.
Pero ante el alarmante aumento de la deforestación y la ocupación ilegal del parque nacional donde se encuentra el refugio, toma medidas drásticas. Desde finales de mayo mantiene cerrado el santuario como forma de protesta y forzar al gobierno a actuar.
Sin embargo hasta ahora no obtuvo respuesta y las consecuencias para el santuario —que depende del dinero del turismo y de donaciones— pesan sobre Amarasekaran.
Además prepara a su equipo para que asuma la responsabilidad operativa, aunque está seguro de seguir involucrado «hasta el último aliento».
Busca que los cuidadores formen sus propios vínculos con los chimpancés. Es fácil desarrollar una relación especial con algunos, al igual que ocurre entre humanos. Amarasekaran tuvo una conexión particular con Bruno, Julie y Philipp, ya fallecidos.
Hoy en día le gusta visitar a Mac, Mortes y Abu. «Estos son mis amigos», insiste.
© Agence France-Presse