Sue Colson está cansada. Su ciudad, Cedar Key, en el noroeste de Florida, acaba de sufrir un tercer huracán en poco más de un año con la llegada de Helene. Sentada en un carrito de golf, observa las casas destrozadas por la tormenta y asegura que algo debe cambiar.
«Tuvimos una gran tormenta en el siglo XIX y fue un reinicio. Y ahora puede que tengamos que reiniciar esta ciudad otra vez», dice Colson, alcaldesa de la localidad. «Debemos pensar en reestructurarla, quizá sea distinta a cómo era, pero no podemos seguir reparando esto».
Cedar Key es un islote del golfo de México, unido a la península de Florida por un solo puente. Sus casas de madera color pastel debieron darle, en otro tiempo, un aspecto de ciudad de postal. Pero horas después del paso de Helene, de categoría 4 sobre 5, cuesta imaginar el lugar que era antes.
En la calle más cercana al puerto pesquero, la marejada ciclónica y los vientos del huracán destrozaron numerosos hogares.
Aquí y allá se ven casas desvencijadas, con el tejado arrancado y las paredes abiertas. Junto a ellas, las viviendas más modernas, construidas sobre pilotes, permanecen intactas.
– «Me rompe el corazón» –
En agosto de 2023, el huracán Idalia, de categoría 3, ya causó numerosos destrozos en Cedar Key y en el resto del llamado Big Bend, una región de marismas y bosques poco poblada.
Un año después, el huracán Debby, de categoría 1, golpeó la misma zona. Y ahora ha sido Helene.
Gabe Doty, un empleado municipal de Cedar Key, lamenta la mala racha que se ensaña con el islote donde creció.
«Me rompe el corazón ver esto así. No hemos tenido suerte», dice. «Nuestro futuro es muy gris. Hemos perdido muchos negocios. Muchas casas han desaparecido, el mercado ha desaparecido. La oficina de correos ha desaparecido. Es una verdadera tragedia, y va a ser difícil reconstruir», afirma.
– ¿Una nueva normalidad? –
Unos 110 km al norte, el pueblo costero de Steinhatchee también acaba de sufrir los embates de Helene cuando aún andaba recuperándose de los huracanes Idalia y Debby.
Aquí el viento derribó árboles, postes eléctricos y estropeó casas, pero lo peor fue la marejada ciclónica, que alcanzó una altura de 2,7 metros en algunas zonas.
El empuje del agua fue tan fuerte que arrancó decenas de atracaderos en el río Steinhatchee y los arrastró decenas de metros tierra adentro.
En un bar cercano al río, Jessie Sellers observa, angustiada, las consecuencias del paso de Helene. Su casa apenas tuvo daños, pero este negocio, en el que trabaja, está lleno de lodo.
«Es devastador», dice esta mujer de 39 años. «Tengo mucho miedo de que esto (la repetición de huracanes) sea la nueva normalidad. Es como si nos estuvieran poniendo a prueba, pero sobreviviremos».
En Cedar Key, Sue Colson está convencida de que las localidades de la zona deben aprender a convivir con la naturaleza y adaptarse al riesgo de huracanes.
«Tenemos que invertir dinero en cosas que al menos aguanten el agua. Quizá no sea una casa lujosa, tal vez sea algo que se pueda arrastrar fuera de la isla durante una tormenta», reflexiona. «Pero no podemos luchar contra esto. Es muy triste, pero no tiene por qué ser así. Puede ser un renacimiento».
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