NN.- La migración, un fenómeno que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, afecta a un número cada vez mayor de personas a nivel mundial. Según datos de la ONU, en 2020, aproximadamente 281 millones de personas vivían fuera de sus países de origen, una cifra que representa el 3.6% de la población mundial. Sin embargo, detrás de estas estadísticas se esconde una profunda realidad humana: el «Síndrome de Ulises», un intenso cuadro de estrés y duelo que afecta a los migrantes.
Las razones para emigrar son tan diversas como las personas mismas: desde la búsqueda de mejores oportunidades hasta el escape de conflictos armados, desastres naturales o condiciones de vida precarias. No importa el motivo, todos los migrantes se enfrentan a una serie de desafíos y obstáculos que pueden desencadenar este síndrome.
El «Síndrome de Ulises» se manifiesta especialmente en condiciones de migración extrema, como las travesías peligrosas a través de la ruta del Darién hacia Estados Unidos, o los arduos cruces de África a Europa. En estos contextos, el síndrome se caracteriza por la presencia simultánea y prolongada de múltiples factores estresantes, como la soledad, la falta de oportunidades, la exclusión, el miedo y la indefensión
Estos factores desencadenan una variedad de síntomas psicológicos y físicos, incluyendo ansiedad, problemas de concentración y memoria, trastornos del sueño, tensión muscular, fatiga, dolores de cabeza y problemas digestivos. Dado que estos síntomas pueden confundirse con la depresión o el trastorno por estrés postraumático (TEPT), muchas personas recurren a la medicación.
No obstante, advierte que si los síntomas persisten a pesar de alcanzar esa estabilidad, es fundamental buscar una evaluación más profunda. «Si se sigue adelante, se consigue trabajo y hay una cierta estabilidad, pero sigue habiendo síntomas, ahí hay algo más que evaluar y hay que intervenir de otra manera, porque puede que haya otra cosa ya del plano psiquiátrico, como un cuadro depresivo», comentó Achotegui.